sábado, 10 de noviembre de 2012

Acto III.

Si hay que quemar las naves, mejor hacerlo deprisa y aprovechar la combustión para escribir mensajes con señales de humo. Y aspirar el humo como el que aspira el aire de los tubos de oxígeno, en lo más profundo, donde sólo te escuchan los peces. Donde está el hombre de los zapatos de hormigón que estrenó aquel día que se dio un chapuzón desde el puente a medianoche acompañado de unos amigos que le ayudaron a ser un hombre feliz. Montarse en cada tren, seducir a la lectora de novelas con gorro, darle fuego para que queme las naves lo más deprisa posible y aspire el humo lentamente y exhalándolo como el que exhala el aliento en forma de vapor en un día frío de invierno meciéndose por el traqueteo de un tren. Las vías de la seducción te llevarán hacia un largo tunel del que saldrás con un cadáver en el compartimento diecisiete. La cena será francamente mala y las ventanillas se empañarán. En la radio del taxi sonarán melodías de orquesta de jazz y el taxista llevará gorra de plato. Y una vez más en el callejón habrá una pelea de gallos detrás del tugurio donde ponen vasos pequeños de bourbon y alguien soplara una armónica en el callejón del limpiabotas.