domingo, 22 de agosto de 2010

Sólo voy a sitios con guardarropa (3)








Lo fúnebre no tiene porque siempre ser sinónimo de funesto. O eso nos quiso transmitir Nieves Concostrina el miércoles 18 en la librería Picasso de Almería. Pero este tabú es pesado como una lápida. El tabú de la muerte. Ese tabú que implica que los cementerios son sitios para mantener apartados y visitarlos sólo en el caso de que haya un familiar o un ser querido, que tampoco tiene porque implicar una cosa la otra. El tabú que exige respeto hacia lo que debe ser necesariamente triste y por tanto no debe ser motivo de guasa. O sí. A juicio de Nieves, bastante y se arma de argumentos. El citado miércoles nos presentó un libro sobre epitafios con los que, no puedo evitar el chiste, te mueres de la risa. No debe estar constatado que alguien haya muerto así por lo que eso igual alimenta el tabú. Según Nieves en otros países (siempre en otros países, todo es diferente en otros países, a pesar de Larra) los cementerios son lugares turísticos, lo cual desconozco ya que, aunque no me importaría, todavía no he practicado ese turismo funerario, esperaré a que sea una moda sólida. Y claro, basta imaginar, en este país, un parque temático de la muerte ilustre como el cementerio de Père-Lachaise en París para como poco ser catalogado de raro, morboso, gótico. Es evidente que los tabúes hay que pasárselos por el forro en otros países, porque aquí, ya se sabe. El tabú, siempre el tabú, la Iglesia, la religión, la Inquisición. Y Freud para explicarlo. Pero todo es más sencillo. Basta con haber ido y pasado un rato ameno con las fotos y los comentarios al hilo de “En polvo te convertirás” (2010, La Esfera de los Libros) o ir a París a hacer la visita de rigor a la tumba del pesado de Jim Morrison y de paso ver la de Chopin o Balzac, entre otras, en el archiconocido Père-Lachaise. O contravenir a la Inquisición y no sé qué gaitas y visitar cualquier cementerio que te apetezca. Incluso los españoles. También estuvo por allí el afable Michael Jacobs, que practica con vehemencia la hispanofilia y que fruto de ese hobby tan inglés presentó su libro “La Fábrica de La Luz” (2010, Ediciones B), inevitablemente a la sombra de su paisano Chris Stewart. Tan a la sombra que después de mencionar varias veces que estaban esperando que llegara de un momento a otro, el autor de “Entre Limones” apareció por allí, y no tuvo inconveniente en firmar ejemplares (de su libro, of course). Al final, en los corrillos, el también afable Stewart me dijo que no creyera que su novela era buena, que cantidad de ventas no significaba calidad. No la he leído y no puedo opinar, pero a mí no me importaría escribir libros tan malos como él asevera, o peores, visto queda que los frutos de los mismos, después de todo, no son tan agrios.