sábado, 26 de noviembre de 2011

Cutrebar de toda la vida

El almeriense capitalino -qué horror de palabra- es un ser ávido de bares con tapas monumentales. Busca con fruición aquel bar que llame tapa a un plato combinado y ración a esas cosas que nadie va a pedir. Lejos de las rutas gastronómicas de alcurnia están los bares de barrio e incluso los bares de pueblo, de pueblos sin barrios, de pueblos de toda la vida. Bares sin periódico en pueblos sin barrios. Bares con solería pero sin solera, sin fotos de famosos que hayan pasado por allí, porque no han pasado. Y los entendidos, tampoco. Hay un ambiente de moscas sin moscas, de azulejos baratos, de guías de teléfono con páginas amarillas y amarillentas, de teléfonos de monedas. Es posible que esté la fotografía en blanco y negro y el almanaque. En Almería un bar donde no te pregunten qué quieres de tapilla no es un bar, es una funeraria, es una ventanilla para comprar timbres de una peseta a funcionarios tristes. No son bares para hacer libros ni echar fotografías, ni para conocer al dueño. Donde no hay caché que valga. Es una pena que tengan que decir la cuenta en euros y no en pesetas de toda la vida, a ver qué tienen ellos de euro, ni siquiera las moscas son europeas, son moscas imaginarias, mediterráneas, levantinas. Un europeo que se precie prohibiría las tapas monumentales y las llamaría platos combinados o, peor raciones, ésas que un almeriense sabe que nunca se piden.